viernes, 29 de agosto de 2014

Lo que sí se rompe si me mudo al extranjero



Esta entrada no tiene nada que ver con relaciones de pareja o familiares, amistades o contratos laborales. Todas estas cosas pueden, es cierto, romperse con la distancia, pero no tienen por qué. Hay algo, sin embargo, que siempre, siempre acaba roto. Algo que llevábamos con nosotros sin saberlo y que, al desaparecer, nos hace más ricos, tolerantes y sabios. ¿Se te ocurre qué? Vamos a verlo:


¿Cómo hay que dejar la puerta del cuarto de baño cuando no hay nadie dentro: cerrada o abierta? ¿Y la tapa del váter? ¿Se le echa azúcar a la leche con Cola Cao?

Seguro que hubo un tiempo, hace ya muchos años, en el que pensábamos que esas preguntas tenían una sola respuesta válida... hasta que fuimos a pasar la noche a casa de algún tío o algún amigo y nos dimos cuenta de que no. En ese momento, una pequeñísima estructura de nuestra cabeza se rompió. ¡Qué gran milagro!

Vamos con otra tanda de preguntas:

¿Cómo están dispuestas las teclas de un teclado de ordenador?  ¿Cuál es la hora óptima para comer? ¿Y para ir de tiendas un día por la tarde? ¿Hay que pagar por ver la tele?

Estas son mis respuestas, que intuyo que, si eres español, no diferirán demasiado de las tuyas:

Q, W E, R, T, Y, U, I, O...
Las dos de la tarde.
Las seis.
No.

Si digo «cafetera» en un contexto casero, ¿qué imagen te viene a la cabeza?
Probablemente algo así, ¿no?


Sin embargo, si hago esta misma pregunta en Centroeuropa, puede que la imagen mental se parezca más a esto:


En mi casa en Luxemburgo teníamos una cafetera de estas, de filtro. Para los caseros era lo normal. Para mí, el café que hacía era un aguachirri que ni sabía bien ni hacía ningún efecto. (Además de que tuve que aprender a usarla, por supuesto; al principio no sabía que llevaba un filtro ni entendía cómo calcular el agua). Una vez tímidamente comenté algo sobre una cafetera «de verdad». La casera me contestó que para ella eso era una cafetera normal y fin del asunto. Razón tenía.


Volvamos a las preguntas anteriores, que son muy sencillas. 

Teclado francés
La disposición de las letras en nuestro teclado (QWERTY) se diseñó a finales del siglo XIX, para permitir alternar las dos manos lo más posible y ganar así velocidad. Es la distribución más habitual, pero no la única. Si compramos un ordenador alemán, la «z» cambia su lugar con la «y». Si es francés, tendremos aún más problemas, pues incluso la «a» varía de sitio.

Todos sabemos que en España, en general, se come bastante más tarde que en el resto de Europa, donde es habitual almorzar desde las 12.

Si vamos de tiendas a las 6 en muchos lugares de Europa, encontraremos todo cerrado. Más vale ir sobre las 3 (ya habremos hecho la digestión, en cualquier caso).

En muchos sitios, como Alemania y Reino Unido, hay que pagar un impuesto por ver la televisión en casa.


Lo que he hecho en este artículo no es más que repasar algunas diferencias culturales muy básicas y conocidas que encontramos incluso sin salir de Europa. Como decía al principio, basta con cruzar la puerta de casa para ver que no todo el mundo hace las cosas como nosotros las hacemos y que, lo que tomamos por obvio, no tiene por qué serlo

La mayoría de lo que hacemos en la vida, quitando nuestros instintos básicos, lo hemos aprendido a través de la educación, que ha ido formando estructuras en nuestra cabeza. Cuanto menos nos relacionemos con personas que viven de manera diferente, más se fortalecerán esas estructuras y más nos costará aceptar otras costumbres u otras ideas. Si yo nunca salí de casa para ver que mi primo no merienda fruta sino galletas, nunca aprenderé que es posible merendar algo distinto. 

Hay varias maneras de romper estructuras y todas pasan por relacionarse con el otro y con lo diferente. En un mundo globalizado como es el nuestro, podemos aprender muchísimo de cómo se vive en otros lugares a través de películas, novelas o series de televisión, pero normalmente no es suficiente. 

Viajar es ir un paso más allá, sobre todo si intentamos alejarnos de las atracciones más turísticas y hacemos un tipo de viaje más cercano a la forma de vida local. No obstante, viajar se suele quedar corto. Para entender realmente cómo funciona un país hay que vivir en él. Es entonces cuando comprendemos todas las pequeñas diferencias culturales entre nuestro país de origen y el de acogida, cuando nos abrimos a las novedades, rompemos las estructuras y, solo después, decidimos si nos gusta más una opción o la otra. Y crecemos, aprendemos, nos enriquecemos.

Salga como salga una experiencia de vida en el extranjero, nuestra mente siempre saldrá ganando. ¿Te animas?