lunes, 29 de septiembre de 2014

Una de variedades dialectales y complejos


Como todos los años, toca empezar el curso haciendo evaluaciones iniciales. Este año doy Lengua en 2º de la E.S.O., a los mismos alumnos a los que di clase el año pasado cuando estaban en 1º. En la prueba inicial, incluí una pregunta que podríamos calificar como «trampa», pero que ya habíamos trabajado en clase el curso pasado. Las respuestas me dejaron asombrada y triste a la vez.

Preguntaba a mis alumnos: «¿Quién habla mejor el español, un madrileño o un canario? Razona tu respuesta».

De los 55 alumnos que hicieron la prueba, 39 (el 69,64 %) respondieron que el madrileño; 4 (el 7,14 %), que el canario y 11 (19,64 %), que ambos hablan igual de bien, aunque con diferentes variedades geográficas. Solo un alumno (1,79 %) dejó la pregunta en blanco.

No puede sino sorprenderme que más de dos tercios de la clase consideren que una variedad geográfica es mejor que la otra. Razones, varias, algunas más aceptables y otras, menos: que usan más palabras admitidas por la R.A.E., que llevan más tiempo hablando español, que pronuncian bien y nosotros no, que están en la Península y nosotros no, que hablan más fino, etc.

Iba echando un vistazo a las respuestas a medida que entregaban. Alguno me decía durante el examen: «Seño, no entiendo esta pregunta, ¿qué pongo?». Los descolocaba. Cuando todos habían entregado, les confesé que había una pregunta trampa. Todos supieron al momento de cuál se trataba y, cuando aclaramos en clase que hay muchas variedades geográficas en nuestra lengua y que todas son igual de válidas, así como que es el nivel cultural del hablante el que más afecta al grado de corrección con el que usa la lengua, ninguno disintió. Todos entendieron y aceptaron la respuesta, además de recordar (o eso espero) que en realidad ya habíamos hablado de esto mismo el curso pasado.

Entonces, ¿por qué la mayoría escribe casi sin dudarlo que uno habla mejor que el otro? ¿Por qué solo una quinta parte de la clase (y no precisamente en todos los casos se trataba de los alumnos que sacan mejores notas) es consciente de que las dos variedades son correctas o se atreve a escribirlo? Tal vez, si hubiera formulado la pregunta de otra forma (por ejemplo, «¿Crees que un madrileño habla mejor que un canario o al revés o piensas que los dos hablan igual de bien?» o «¿Dirías que una persona de la Península habla mejor el español que un canario?»), habría habido más respuestas correctas.

Por supuesto, hay que plantearse también: ¿por qué, puestos a decir que uno habla mejor, solo cuatro alumnos piensan que es más correcta la variedad canaria? Entiendo las razones para decir lo contrario, sí, pero es inevitable al experimentar este tipo de situaciones volver a pensar en ese manido complejo que muchos canarios tienen en relación con su forma de hablar castellano. Y seguro que no solo canarios, claro.

De corazón espero que, al menos a estos alumnos, no vuelva o olvidárseles esta lección. Que entiendan que toda variedad geográfica es aceptable, que no pasa nada por aspirar una «ese» (en cambio sí pasa, claro está, por no escribirla donde va) o por decir «ustedes» en vez de «vosotros».

Escribo este artículo sin ánimo ninguno de ensalzar mi variedad dialectal o de denostar otras, espero que quede claro. Sí que me gustaría que nos planteáramos (canarios y no canarios si es el caso también) si tenemos este complejo de tener un acento que no es el estándar o de utilizar palabras que no son las más usadas en el ámbito nacional, por qué lo tenemos y si merece la pena mantenerlo. Nos tienen que entender cuando hablamos, eso que vaya por delante, y tendremos que hablar con corrección y adaptarnos a nuestro oyente, pero de manera que todos salgamos ganando (a mí me encanta aprender palabras y expresiones de otros lugares) y, sobre todo, que ninguno se sienta inferior a nadie por haberse criado con un léxico y un acento diferentes al «estándar». (Y todo esto obviando el hecho de que hay una gran cantidad de países ahí fuera que hablan nuestro mismo idioma con una miríada de variedades geográficas asombrosa).

sábado, 27 de septiembre de 2014

Cómo escribir correctamente un diálogo


A muchos nos gusta escribir ficción, lo hacemos desde que estábamos en el colegio y nos mandaban a escribir un cuento y algunos seguimos aventurándonos en este mundo de adultos. Sin duda, los fallos más comunes con los que me encuentro al leer o corregir historias de ficción son aquellos relacionados con la puntuación de los diálogos entre los personajes.

Aquí van las normas básicas para el género narrativo.

Lo primero que hay que tener claro es que el guión (-) no es el signo ortográfico correcto para marcar un diálogo. Lo que debemos utilizar es la raya (—) que, como se puede apreciar, es bastante más larga que el guión. ¿De dónde la sacamos cuando escribimos a ordenador? Aquí empiezan las complicaciones. No es, obviamente, la raya baja de los correos electrónicos. Podemos encontrar la raya en «caracteres especiales» al darle a «insertar símbolo» en Word. Mi ordenador la llama «guión largo» y viene con el atajo de teclado Ctr+Alt+- (el guión debe ser el del teclado numérico). Si no encontramos la raya en los símbolos de Word o queremos estar totalmente seguros de ponerla bien, podemos buscar «raya» en el Diccionario Panhispánico de Dudas y copiar y pegar, pero es un procedimiento mucho más engorroso (dicho esto, yo lo uso muy a menudo).

El segundo detalle importante: las rayas van pegadas a lo que encerramos entre ellas, al contrario que el guión. Es decir, que escribiríamos:

—Me llamo Laura.

Y no:
*- Me llamo Laura
  o
  *— Me llamo Laura.

En otro ejemplo más largo:

—¡Hola! ¿Cómo estás?— saludó Miguel. Hace tiempo que no nos vemos.

En muchas ocasiones, como en el ejemplo anterior, el narrador añade comentarios en medio de la intervención de un personaje. En ese caso, hay que encerrar esos comentarios entre rayas y poner el signo de puntuación respectivo (punto, coma, punto y coma) tras la segunda raya y no antes de la primera. Además, hay que fijarse si el comentario comienza con uno de los llamados «verbos de habla» o «verbos dicendi» (decir, responder, preguntar, exclamar, susurrar, etc.) o no. En caso de que sí, el comentario se considera parte de la oración anterior y la primera palabra va en minúscula. Si no, se considera otra oración y, por consiguiente, debe empezar por mayúscula.

 —Hola.—La muchacha saludó con la mano—. Qué alegría verte.

En este segundo caso hay que cerrar con un punto o un signo equivalente (signo de interrogación o exclamación de cierre) la primera parte de la intervención.

Todas estas normas están recogidas en el Diccionario Panhispánico de Dudas de la R.A.E., concretamente en el artículo «raya». 

viernes, 29 de agosto de 2014

Lo que sí se rompe si me mudo al extranjero



Esta entrada no tiene nada que ver con relaciones de pareja o familiares, amistades o contratos laborales. Todas estas cosas pueden, es cierto, romperse con la distancia, pero no tienen por qué. Hay algo, sin embargo, que siempre, siempre acaba roto. Algo que llevábamos con nosotros sin saberlo y que, al desaparecer, nos hace más ricos, tolerantes y sabios. ¿Se te ocurre qué? Vamos a verlo:


¿Cómo hay que dejar la puerta del cuarto de baño cuando no hay nadie dentro: cerrada o abierta? ¿Y la tapa del váter? ¿Se le echa azúcar a la leche con Cola Cao?

Seguro que hubo un tiempo, hace ya muchos años, en el que pensábamos que esas preguntas tenían una sola respuesta válida... hasta que fuimos a pasar la noche a casa de algún tío o algún amigo y nos dimos cuenta de que no. En ese momento, una pequeñísima estructura de nuestra cabeza se rompió. ¡Qué gran milagro!

Vamos con otra tanda de preguntas:

¿Cómo están dispuestas las teclas de un teclado de ordenador?  ¿Cuál es la hora óptima para comer? ¿Y para ir de tiendas un día por la tarde? ¿Hay que pagar por ver la tele?

Estas son mis respuestas, que intuyo que, si eres español, no diferirán demasiado de las tuyas:

Q, W E, R, T, Y, U, I, O...
Las dos de la tarde.
Las seis.
No.

Si digo «cafetera» en un contexto casero, ¿qué imagen te viene a la cabeza?
Probablemente algo así, ¿no?


Sin embargo, si hago esta misma pregunta en Centroeuropa, puede que la imagen mental se parezca más a esto:


En mi casa en Luxemburgo teníamos una cafetera de estas, de filtro. Para los caseros era lo normal. Para mí, el café que hacía era un aguachirri que ni sabía bien ni hacía ningún efecto. (Además de que tuve que aprender a usarla, por supuesto; al principio no sabía que llevaba un filtro ni entendía cómo calcular el agua). Una vez tímidamente comenté algo sobre una cafetera «de verdad». La casera me contestó que para ella eso era una cafetera normal y fin del asunto. Razón tenía.


Volvamos a las preguntas anteriores, que son muy sencillas. 

Teclado francés
La disposición de las letras en nuestro teclado (QWERTY) se diseñó a finales del siglo XIX, para permitir alternar las dos manos lo más posible y ganar así velocidad. Es la distribución más habitual, pero no la única. Si compramos un ordenador alemán, la «z» cambia su lugar con la «y». Si es francés, tendremos aún más problemas, pues incluso la «a» varía de sitio.

Todos sabemos que en España, en general, se come bastante más tarde que en el resto de Europa, donde es habitual almorzar desde las 12.

Si vamos de tiendas a las 6 en muchos lugares de Europa, encontraremos todo cerrado. Más vale ir sobre las 3 (ya habremos hecho la digestión, en cualquier caso).

En muchos sitios, como Alemania y Reino Unido, hay que pagar un impuesto por ver la televisión en casa.


Lo que he hecho en este artículo no es más que repasar algunas diferencias culturales muy básicas y conocidas que encontramos incluso sin salir de Europa. Como decía al principio, basta con cruzar la puerta de casa para ver que no todo el mundo hace las cosas como nosotros las hacemos y que, lo que tomamos por obvio, no tiene por qué serlo

La mayoría de lo que hacemos en la vida, quitando nuestros instintos básicos, lo hemos aprendido a través de la educación, que ha ido formando estructuras en nuestra cabeza. Cuanto menos nos relacionemos con personas que viven de manera diferente, más se fortalecerán esas estructuras y más nos costará aceptar otras costumbres u otras ideas. Si yo nunca salí de casa para ver que mi primo no merienda fruta sino galletas, nunca aprenderé que es posible merendar algo distinto. 

Hay varias maneras de romper estructuras y todas pasan por relacionarse con el otro y con lo diferente. En un mundo globalizado como es el nuestro, podemos aprender muchísimo de cómo se vive en otros lugares a través de películas, novelas o series de televisión, pero normalmente no es suficiente. 

Viajar es ir un paso más allá, sobre todo si intentamos alejarnos de las atracciones más turísticas y hacemos un tipo de viaje más cercano a la forma de vida local. No obstante, viajar se suele quedar corto. Para entender realmente cómo funciona un país hay que vivir en él. Es entonces cuando comprendemos todas las pequeñas diferencias culturales entre nuestro país de origen y el de acogida, cuando nos abrimos a las novedades, rompemos las estructuras y, solo después, decidimos si nos gusta más una opción o la otra. Y crecemos, aprendemos, nos enriquecemos.

Salga como salga una experiencia de vida en el extranjero, nuestra mente siempre saldrá ganando. ¿Te animas?






martes, 8 de julio de 2014

Flirteos con el Prezi: CV



Muy buenos días a todos.

Ya lo mío con la periodicidad de entradas en este blog es inexcusable, así que prefiero no decir nada. Corramos un tupido velo.

El viernes al fin acabó el curso escolar para mí como docente y ya había decidido que en estas vacaciones, aparte de disfrutar mucho, quería reciclarme con ciertas asignaturas que me quedaban pendientes (qué símil tan oportuno en este caso), como son dos programas de presentaciones con los que aún no me había puesto a investigar: el famoso Prezi, que viene pisando muy fuerte desde hace un par de añitos ya, y el Keynote del iPad, dispositivo que se ha convertido para mí en una herramienta de trabajo utilísima e indispensable durante este primer año como profesora.

He comenzado por el Prezi. Aunque, como he dicho, aún no había trabajado con él, sí que había asistido a varias charlas, ponencias y formaciones donde se había usado como herramienta de presentación, así que iba ya con una idea más o menos clara de cómo funcionaba el programa, al menos visualmente. Lo cierto es que es bastante intuitivo y sencillo de utilizar, a poco que uno se maneje decentemente con el ordenador.

Para quien no lo conozca, se trata de un software disponible de forma gratuita online para realizar presentaciones, a priori, más dinámicas y creativas que las del Power Point. La mecánica básica es el zoom, de forma que toda la presentación podría aparecer de golpe en una sola imagen, para luego ir acercándonos a las distintas partes que la componen. O al revés, podemos empezar en un lugar concreto para después descubrir que forma parte de un todo mayor. Así, se puede jugar con los tamaños para crear diferentes capas de información. Las posibilidades son infinitas y es, como digo, mucho menos estático que una presentación de Power Point, donde cada diapositiva viene seguida por otra, sí o sí.

Lo que me ha resultado más curioso y bonito del programa es que cada presentación se plantea como una ruta o un viaje y es importante tener claro de dónde a dónde queremos llevar al público y de qué manera.

Para iniciarme, he hecho una presentación a partir de una de las plantillas que ofrece el programa: Desktop CV (CV en el escritorio). Es una buena manera de empezar, porque el trabajo gordo viene ya hecho y así he podido ir conociendo el funcionamiento del programa sin volverme loca con la estructuran básica de la presentación que, creo, es lo más complicado.

Se trata de un experimento: es mi CV en forma de presentación de Prezi. No es la forma más clásica de utilizar un Prezi, que suele ser un apoyo para una presentación oral, ni tampoco es, por supuesto, la forma más clásica de elaborar un CV, pero ya que ahora mismo no lo estoy haciendo por necesidad sino por gusto, he disfrutado siendo más creativa, haciendo una carta de presentación laboral más fresca y original que esos dos papeles grapados que suelo llevar a las empresas.

Me queda la duda de si realmente valdría como CV o no. ¿Qué opinan?

domingo, 6 de abril de 2014

¿Caminamos en espiral o en línea recta?: Dos sistemas educativos en contraste

El objetivo de la entrada de hoy es comparar los dos sistemas educativos de los que he podido formar parte durante mi vida estudiantil y ahora, también, de profesora. La oportunidad de haber conocido a fondo tanto el sistema español como el alemán me permite contrastar sus virtudes y sus defectos, y tengo que decir que no tengo en absoluto ninguna duda sobre por cuál me decanto.

Por un lado, está el asunto de los itinerarios y del momento en el que uno decide por dónde quiere encaminarse. Alemania ha tenido tradicionalmente una educación más segregadora, donde los alumnos eligen (o elegían, pues parece que este sistema está en retroceso) muy pronto si querían ir a la universidad o hacer una formación profesional. No daré mi opinión sobre este asunto, porque en realidad quiero hablar hoy de algo diferente, pero solo subrayo una diferencia clave entre ambos países a este respecto: en Alemania, hacer una FP está muy bien visto en la sociedad, no se considera un fracaso, una solución para quien «no vale lo suficiente como para sacar unos estudios universitarios», como sí parece que ocurre en España, donde el afán por el prestigio social insta a optar por el camino universitario.

No obstante, sobre lo que quiero llamar la atención hoy es la forma, distinta entre un país y otro, de estructurar los temarios y de abordar los contenidos.

Vamos con la estructuración. En España, como sabemos, se cree en los temarios «en espiral». ¿Qué quiere decir esto? Que si estoy estudiando varios años una asignatura, voy a estudiar una vez, y otra, y otra, y otra más, cada tema. Cada año voy a ver casi «un poquito de todo», supuestamente con un pelín más de profundidad que el año anterior. A veces dejo un lapsus de dos años. Vale, un año hacemos análisis morfológico en Lengua y al otro, análisis sintáctico. Al tercero volveremos al morfológico. Venga, en Sociales, un curso Geografía, al otro Historia, después volvemos a la Geografía, y luego de nuevo a la Historia. En Inglés... ¡ay, en Inglés! Apuesto un brazo a que empezaremos el curso presentándonos y repasando el verbo to be. ¿Y lo acabaremos habiendo aprendido más que en el anterior? Ojalá, pero la realidad es que los alumnos terminan la Secundaria solo con un A2 alto, después de un mínimo de diez años estudiando el idioma. ¿A alguien más le parece raro?

¿Es malo repasar algo que ya se ha dado? No. De hecho, es necesario. Pero basar nuestro sistema educativo en esta premisa no me parece nada adecuado. Además, una de los consecuencias de tal decisión es que tengamos que seguir programaciones demasiado amplias y ambiciosas, solo para que los alumnos estudien todos los temas por encima y, al próximo curso, no recuerden más que los mínimos más básicos.

Los alemanes trabajan de forma diferente. Sus temarios son lineales. Ellos entienden que cuando un alumno ha estudiado bien algo, no hace falta seguirlo repitiendo curso tras curso. Esto implica, claro está, estudiar cada tema con mayor profundidad y, lógicamente, reducir el temario anual. Ejemplos sencillos: en el colegio no empezamos a analizar oraciones compuestas en Lengua hasta Bachillerato, no empezamos con las ecuaciones antes de 2º de la E.S.O en Matemáticas, dimos Geografía hasta 1º de la E.S.O. y a partir de ahí empezamos con la Historia, desde la Prehistoria hasta la actualidad. Además, mis profesores se las arreglaban para que, mientras estudiaba el Renacimiento en Historia, lo estuviera dando también en Lengua y Literatura e incluso en Educación Plástica (Arte, como la llaman en Alemania). Muchas veces utilizábamos un mismo libro de texto durante dos años, o durante un año y pico, y no pasaba nada. No había por qué terminar el libro de texto sí o sí en junio, habiendo pasado por todos los temas como un vendaval y sin recordar casi nada en septiembre.

No obstante, las diferencias no se limitan a la estructuración del temario, sino también a la forma de abordar nuevos contenidos. Puesto que en el colegio teníamos asignaturas en español y en alemán, las distinciones entre ambos estilos educativos quedaban muy claras. Mientras en Matemáticas en español había que aprenderse toda una lista de derivadas de memoria, en las Matemáticas en alemán introducían siempre los temas a partir de la lógica que había detrás de ellos, de manera que entendíamos cómo se calculaba una derivada y éramos capaces de calcular cualquiera que nos pusieran delante. No nos explicaban el nuevo tema sin más, nos hacían pensar para que llegáramos nosotros mismos a la conclusión que daba paso al nuevo tema. ¿De qué forma podemos avanzar más rápido? Por supuesto, de la primera. ¿Pero cuál es la que nos proporciona conocimientos y capacidades que perdurarán con mayor facilidad? La segunda.

Otro ejemplo: mientras en los últimos cursos en Lengua Española estudiábamos toda la historia de nuestra literatura (y que conste que me encanta el estudio de la literatura, disfrutaba estudiándolo y disfruto enseñándolo), en Alemán leíamos solo algunos libros, de los que luego hacíamos comentarios de texto, o analizábamos anuncios de periódico o poemas. En dos años, dimos siete temas. Solo siete. Impensable en España, ¿verdad?

Decía al principio de la entrada que no dudo con qué sistema me quedo. Es cierto. Prefiero los temarios lineales alemanes y su forma de presentar el contenido nuevo, a través de la lógica y la razón, además del tiempo que se emplea en profundizar bien en lo que se aprende. Lo prefiero antes que la locura de impartir (o estudiar) un larguísimo temario que picotea con información de mil temas distintos sin tiempo material para profundizar en ninguno. Prefiero que el alumno entienda lo que está haciendo y se le den herramientas para «buscarse la vida» en caso de necesidad, a que solo se le exija aprender de memoria contenidos que luego «vomitará» en el examen y, acto seguido, olvidará.

Sin embargo, rompo una lanza también a favor de ciertos aspectos de nuestro propio sistema educativo. Creo que es positivo ejercitar la memoria, por ejemplo. Lo interesante es que eso que hayamos aprendido de memoria tengamos que comprenderlo y aplicarlo para poder superar una prueba. También creo que los alemanes pecan a veces de un exceso de práctica y una falta de teoría, sobre todo en el estudio de su propia lengua,  cuya gramática, morfología y sintaxis suelen estudiar muy poco. 

Como siempre, en este caso lo ideal siempre sería aprender de lo que los demás tienen que ofrecernos sin renunciar a las cosas que buenas que ya tenemos. Sin embargo, para ello lo primero es conocer otros sistemas, y esta falta generalizada de conocimiento es precisamente la que me ha animado a escribir esta entrada. Que quede claro que en todo momento escribo desde mi propia experiencia como estudiante en un sistema alemán y por lo que sé de este de forma general. No pretendo sentar cátedra.








sábado, 22 de febrero de 2014

Nueve razones para irte de Erasmus


Después de todos estos meses metida hasta las cejas en la docencia (y aquí sigo) me he planteado escribir una entrada diferente que no tenga nada que ver. Para ello, voy a rememorar mis experiencias en el extranjero y, especialmente, la primera: mi año Erasmus.

Siempre he dicho que para un estudiante de TeI, irse de Erasmus debería ser prácticamente algo obligatorio. Pero, claro, hoy en día, con las reducciones de las becas, ¿cómo voy a atreverme a decir algo así? Lo que sí puedo es alzar la voz para reivindicar el acceso a una experiencia que, estoy convencida, ayuda a construir Europa mucho más que la mayoría de las sesiones plenarias de Estrasburgo.

Dejando a un lado el aspecto económico (intentémoslo al menos por un ratito): ¿por qué un estudiante de Traducción e Interpretación debería hacer todo lo posible por irse de Erasmus?

1. Porque el inglés (alemán, francés, italiano...) de mi libro de texto es mucho más aburrido que el de la vida real. ¿Les cuento un secreto? No me gustaban mucho las clases de idiomas en el cole. Las de Lengua sí, pero las de Alemán e Inglés, no. ¿Por qué? Porque me parecía que estaba estudiando idiomas artificiales, acartonados, no veía naturalidad alguna en los textos de los libros ni en las audiciones que escuchábamos. Esto ocurre sobre todo en los primeros niveles, cuando se trabaja con pocos textos o discursos auténticos en el aula. Se empieza a atisbar la esencia del idioma extranjero a través de series, películas o novelas. Sin embargo, la forma óptima de entrar en contacto con esta esencia es cuando se practica una inmersión total en el país extranjero.

2. Porque aprenderás una barbaridad de inglés (alemán, francés, italiano...) incluso aunque vayas con un nivel muy alto. Creo que para notar una gran mejoría durante el año Erasmus, es ideal un nivel de partida entre un A2 alto y un B2 bajito. No obstante, esto no quiere decir que si uno va a un país del cual ya posee un nivel superior, no vaya a aprender aún así muchísimo vocabulario, además de adquirir soltura y abrir los oídos a distintos acentos e incluso dialectos. Fue lo que me pasó a mí en Viena. Mi nivel de partida de alemán era muy alto, pero decidí irme a Austria, donde se habla un alemán un poco diferente, y aprendí muchísimo. Al principio me costó hacer el oído a los acentos austriacos, pero poco a poco fui mejorando y ahora siento que tengo un bagaje mayor del idioma alemán que si hubiera pasado aquellos meses en un lugar donde se hablara alemán estándar.

3. Porque no entenderás un idioma sin conocer su cultura ni entenderás una cultura sin conocer el país. Vale, exagero, puedo conseguir un bagaje cultural enorme de un país en concreto solo poniéndome a estudiar, ¿pero es lo mismo que pisar el país, visitar sus monumentos, charlar con sus gentes, experimentar personalmente las consecuencias de su trayectoria histórica? Yo creo que no.

4. Porque merece la pena aprender a vivir solos. El año Erasmus, no vamos a engañar a nadie, suele ser un año light en cuanto a los estudios, precisamente porque hay que dar también importancia y conceder tiempo a otro tipo de experiencias (sociales, culturales, etc.) y, si las cosas son como tienen que ser y tenemos nuestra beca, tampoco tendremos que preocuparnos de forma exagerada por el dinero. En un contexto así, da gusto independizarse. No siempre, claro, también están los momentos complicados, pero estos forman parte de la experiencia igual que los buenos y puede que hasta aprendamos más cosas de ellos.

5. Porque optimizarás la relación con tu familia. Esto puede sonar raro, pero creo que no lo es. La distancia tiene muchas consecuencias: una de ellas, que aprenderás a depender menos emocional o psíquicamente de las personas de las que sueles estar rodeado en tu ciudad natal; otra, por el contrario, que querrás a esas personas muchísimo más cuando tengas la oportunidad de volver a verlas. Por otro lado, la vuelta a casa después de un Erasmus suele ser siempre agridulce y durante las primeras semanas, habremos aprendido a contemplar nuestra vida familiar desde fuera, dándonos mayor cuenta de los puntos fuertes y de los débiles. Lástima que la rutina nos haga desaprender todo otra vez.

6. Porque podrás cursar asignaturas que no se ofertan en tu facultad. Esta es otra gran ventaja. Yo, en concreto, cursé tres optativas en Viena que no se ofertaban en la ULPGC. Como Erasmus, puedes elegir lo que te dé la gana y nadie te va a dejar fuera de una clase (así era, al menos, en mi época). Si vas a un país en el que se hable un idioma poco común, podrás aprenderlo y convalidarlo por una Lengua D.

7. Porque conocerás un montón de gente y un montón de lugares. Cuando se es Erasmus, normalmente se hacen amigos Erasmus, es decir, amigos de muchos países distintos, lo cual supone una riqueza cultural enorme, incluso si luego no mantienes con ellos tanto contacto como querrías. Además, lo normal cuando uno está de Erasmus es viajar, y mucho. Seguro que nunca olvidarás los lugares que visitaste durante tu Erasmus.

8. Porque lucirá de maravilla en tu CV. En el CV de un traductor, desde luego, pero en el de cualquier otra persona, también. A los empleadores les gusta contratar a gente que es capaz de decidir irse a vivir en el extranjero, de desenvolverse en un entorno extraño y de utilizar otro idioma.

9. Porque solo tendrás esta oportunidad una vez en la vida. A menos que estudies otra carrera :-P


Estas son solo algunas razones que se me han ocurrido sobre la marcha. ¿Añadirías más a la lista? 

¡Seguro que sí! Y a ti, estudiante en duda, solo puedo decirte: ¿a qué esperas?



domingo, 19 de enero de 2014

A vueltas con el Traductor de Google... Perjuicios para jóvenes estudiantes


Hace ya unos meses hablé de los peligros de la traducción automática. En aquella ocasión, me quejaba de la (infeliz) idea de un renombrado periódico canario de sacar un suplemento bilingüe traducido con Google. Ahora, vuelvo a dar un toque de atención, pero esta vez originado desde mi otra profesión, la docencia.

Todo surgió con una conversación que tuve con mis alumnos de mi 1º de la E.S.O. mientras estudiábamos en clase de Lengua el uso del diccionario. No recuerdo ya cómo salió el Traductor de Google en el debate, lo que sí recuerdo bien es que terminé poco menos que espantada. Hasta entonces no me había planteado las nefastas consecuencias que un uso inmaduro e infantil (estos alumnos tienen doce o trece años) de esta herramienta puede tener en el aprendizaje de una lengua extranjera.

Se me ocurrió preguntar cuántos utilizaban el Traductor de Google para hacer las redacciones que les mandaban en clase de inglés. Unos dos tercios de los alumnos levantaron la mano. Yo también las levanté... para llevármelas a la cabeza.  Intenté hacerles ver los peligros de fiarse a pies juntillas de esta herramienta informática, de no desarrollar ellos mismos su propia destreza escritora, pero, sinceramente, estoy muy poco segura de mi éxito.

Más tarde hablé con la profesora de inglés, para comentarle que había tratado el asunto con los alumnos, por si acaso le molestaba. Me contestó que, al contrario, me agradecía que también yo hubiera insistido en ello. Obviamente, las redacciones que ella les manda (para las que les da tiempo más que de sobra), son el resultado de las estructuras y la gramática aprendidas en la unidad que acaban de dar. Es decir, siempre hay un modelo que seguir casi al pie de la letra. Vamos, lo normal, lo mismo que nos decían en el Máster, lo mismo que hago yo con mis alumnos de los ciclos formativos.

Es lógico que, cuando uno tiene un nivel aún muy bajito de un idioma extranjero, le surjan mil cosas que querría escribir en una redacción, pero para cuya expresión no se tienen las herramientas necesarias. Repito continuamente a mis alumnos de ciclos (que son en inglés lo que se conoce como false beginners y, además, adultos o casi) que, a menos que estén totalmente seguros de que lo que van a escribir está bien, se ciñan a las estructuras y el vocabulario sencillos que hemos visto en clase hasta la fecha. Buscar alguna palabra en el diccionario está bien, aunque entraña peligros (por aquello de las acepciones), igual que tampoco está mal buscar expresiones muy sencillas en el Traductor de Google, pero de ahí a escribir la redacción completa para que la traduzca... 

¿Cómo hacer entender que hay que intentar pensar directamente en la lengua extranjera? ¿O es que hará tanto tiempo que no soy principiante en inglés que no recuerdo que yo también lo hacía?

En cualquier caso, el culmen de aquel debate con los niños de mi tutoría fue sin duda el momento en el que una de las niñas más buenas y responsables de la clase, sentada en primer fija, preguntó en voz bajita, como para sí misma: «Entonces, ¿de dónde saco la redacción?». 

(...)

Sin palabras.