jueves, 24 de octubre de 2013

Las cualidades de una traductora, al servicio de la docencia


Quienes me siguen y me conocen saben ya que actualmente estoy trabajando como profesora y que la docencia es, junto a la traducción, una de mis grandes pasiones(profesionales).

Ciertamente, se trata de dos trabajos muy diferentes que, en principio, no tendríamos por qué relacionar. De hecho, ya he comentado que en un futuro escribiré contrastando ambas profesiones. Sin embargo, este artículo va por otro lado. En vez de poner de manifiesto las diferencias entre estas dos labores, voy a analizar, siempre desde mi punto de vista, qué cualidades de las que se presuponen en un traductor son también útiles a la hora de dar clase.

En primer lugar, me gustaría recalcar la CURIOSIDAD INTELECTUAL

La profesión del traductor requiere sin duda una gran curiosidad intelectual, ya que estamos continuamente documentándonos y aprendiendo muchas cosas nuevas. Es uno de los aspectos de esta profesión que más me han gustado siempre. Pues bien, ser buen docente (y sobre todo cuando uno es principiante) implica también ser curioso. No importa que los temarios que impartamos sean de un nivel mucho más básico que el que nosotros mismos tenemos. De todas formas, hay que llevar la lección mejor estudiada a clase que cualquiera de nuestros alumnos. Por supuesto, hay que extender esta curiosidad a otros ámbitos para seguir formándonos como docentes, como la pedagogía, la psicología, la aplicación de las TIC en el aula, las nuevas corrientes educativas, etc.

Por otro lado, en las dos profesiones cobra importancia la HUMILDAD

Probablemente no se trate de una cualidad que relacionemos de forma automática con ninguna de las dos profesiones, pero yo creo que es vital para ambas. Se ha hablado mucho en blogs de traducción sobre la humildad como virtud indispensable del traductor. Hay que saber aceptar los errores y aprender de ellos. En cuanto al ámbito de la docencia, me da la sensación de que la humildad ha empezado a valorarse de forma general solo en las últimas décadas. Antes, se consideraba que el profesor tenía la razón y punto. Y si no la tenía... pues los alumnos se callaban la boca y hacían caso, de todas maneras, a lo que el profesor decía. ¡Cuántas veces no hemos preguntado algo a un profesor y nos ha salido por peteneras para no admitir que no sabía la respuesta a nuestra pregunta! Una vez, mientras estudiaba el Máster de Formación del Profesorado, nos plantearon: «¿Qué pasa si, en clase de inglés, un alumno te pregunta una palabra que no conoces?». Sinceramente, creo que no hay ningún drama en admitir que no sabemos lo que se nos está preguntando; en buscar la palabra en el diccionario, en este caso.

No viene mal, tampoco, una cierta dosis de PERFECCIONISMO.

Aquí me meto en terreno peligroso, porque el perfeccionismo excesivo nunca será bueno. Sin embargo, seguro que la mayoría coincidimos en que, en traducción, es fundamental una dosis moderadamente alta de esta ¿cualidad? Si tuviéramos todo el tiempo del mundo, miraríamos y remiraríamos todas nuestras traducciones y, aun sin disponer de tanto tiempo, sabemos que, al menos, debemos releer nuestra traducción una o dos veces y, si es posible, dejarla reposar antes. Como profesor, el perfeccionismo puede ser un arma de doble filo. ¿Cuánta perfección exigimos a los alumnos? Por supuesto, hay que echar el freno en algún punto. No se puede exigir a un chico de doce años lo mismo que a un adulto. El otro día estaba hablando de las dificultades de los alumnos para redactar bien. Ante eso, ¿qué hace el profesor? ¿Cuánto les exige? ¿Se queda en lo mínimo o intenta que los estudiantes lleguen un poco más lejos? Creo que, sabiendo moderarlo de forma adecuada, el perfeccionismo en la docencia puede ser, tambien, una virtud.

No puedo terminar sin olvidarme de la PACIENCIA.

Cualidad del buen docente por antonomasia, la paciencia es también importante en la traducción. Si no nos frenáramos cada vez que nuestro instinto nos indica que podemos estar ante un juego de palabras, una frase hecha o una alusión cultural, si no empleáramos tiempo y ganas en hilvanar con gracia y corrección esas frases que se nos atragantan, no seríamos buenos traductores.


Sin duda, me dejo en el tintero más cualidades comunes a ambas profesiones. No he querido incluir el gusto por el uso de las nuevas tecnologías, aunque también lo considero importante, porque se desvía un poco de la línea de las demás, que son virtudes más que capacidades.

¿Se te ocurre a ti algo más? 

sábado, 19 de octubre de 2013

¿Cuál es el secreto para redactar bien?


Tengo que reconocer que esta entrada ha cambiado a medida que la escribía y ahora, una vez finalizada, he vuelto al principio porque lo que había escrito no tenía sentido con el resto del texto. Y como estamos hablando de redactar correctamente, hagamos las cosas bien y no atentemos contra la coherencia textual.

Cuando empecé a escribir esta entrada, lo hice con la idea de que la pregunta que le da nombre no tenía una respuesta clara. Sin embargo, tratando de responder (redactando, en fin), me he dado cuenta de que creo que, después de todo, sí la tiene.

Antes que nada, ¿por qué esta entrada? Las semanas que llevo dando clase me han servido para corroborar una teoría: que uno de los mayores problemas de los alumnos (y también de los que ya no son alumnos de nada) es la redacción. ¡Y cómo me gustaría asistir a una mejora en esta destreza durante el curso! ¡Pero qué complicado es ayudar a que esta se produzca!

Se oye mucho hablar, a raíz de informes de Pisa y similares, del déficit en comprensión lectora. En mi opinión, la producción escrita es igual de importante que la comprensión y es, para más inri, una destreza que parece requerir mucho tiempo, trabajo y práctica. Además, creo que el desarrollo de ambas va de la mano. Por desgracia, no es algo fácil enseñar. No se trata de un conocimiento que se adquiere o no. En este caso, el alumno no se enfrenta a unos conceptos teóricos que estudia gracias a su memoria, sino al reto de, simplemente, escribir.

¿Cuál es, en mi opinión, el secreto para mejorar la destreza en redacción, tengamos la edad que tengamos?

Estoy convencida de que aprender a escribir pasa por leer. Y mucho, mucho, mucho. Todo tipo de textos. Igual que es posible cocinar un plato sin haberlo comido antes, es también posible redactar, digamos, un resumen, sin haber leído nunca ninguno. Pero, ¿cómo sabemos que el plato sabe como tiene que saber? ¿Cómo sabemos que el resumen tiene la estructura, el léxico y el contenido que debería tener? No me canso de repetir a mis alumnos la importancia de leer habitualmente. Las diferencias en destreza redactora entre quienes lo hacen y quienes no es abismal. 

Tumbados en el sofá disfrutando de una novela estamos aprendiendo muchísimo más de lo que creemos. Nuestro cerebro está adquiriendo agilidad lectora, lógica, memoria, está asimilando estructuras gramaticales, normas ortográficas, expresiones y usos poco conocidos, reglas de acentuación, etc., y eso sin contar lo que el libro pueda estar aportándonos en cuanto a conocimiento del mundo. ¡Y que nos lo estamos pasando bien!

Después de la lectura viene todo lo demás. Por supuesto, es necesario aprender las características de cada texto, estudiar las normas ortográficas de nuestro idioma, entender y aplicar la gramática, utilizar un léxico adecuado, tener en cuenta la coherencia y la cohesión, etc y, sobre todo, practicar, practicar y practicar. Pero nada de esto es posible sin el bagaje que nos da la lectura como práctica habitual.

Siempre se ha dicho que a traducir se aprende traduciendo. Cierto. A escribir se aprende escribiendo. Pero también leyendo. Quien se dedique únicamente a leer puede ser que no aprenda a escribir, pero está claro que quien no lee, sin duda, no escribirá jamás.

Ahora que la entrada me ha ayudado a llegar a la respuesta que buscaba, lo suyo es ponerla en práctica en el aula, lo cual tampoco es sencillo. No es factible forzar el placer por la lectura a nadie, aunque sí podemos buscar vías de motivación como, por ejemplo, no imponer una novela en concreto sino dejar elegir al alumno.

Por otro lado, a la hora de trabajar un tipo de texto determinado (me viene a la cabeza el resumen, porque es con lo que estamos en clase ahora mismo) siempre será de gran utilidad dotar a los alumnos de modelos que imitar. Lo hacemos continuamente en lengua extranjera. Creo que tiene también sentido hacerlo en la propia.